jueves, 25 de febrero de 2010

Carta blanca


El relato que Lydia presenta al ejercicio psiquiátrico contiene una atractiva mezcla de elementos de novela negra. Seguro que más de uno se sorprenderá al leerlo.


CARTA BLANCA

Todo está en su sitio... como lo está cada jueves, colocado escrupulosamente. No cabe duda de que el doctor Allerti es un condenado maníaco del orden.

Tumbada sobre el diván me entretengo observando cada detalle de la consulta: Sobre la chimenea el cuadro de sus hijos, con una dedicatoria que nunca alcancé a descifrar, tampoco me importó demasiado nunca, la verdad. Junto al retrato, un pisapapeles engañosamente de plata que sostiene 2 entradas de algún espectáculo que le causó impacto... creo que son de ópera. Los candelabros siempre encendidos, menos la vela central… no sé por qué, otra de sus locas manías supongo... Una copa de alguna competición de tercera clase…

La habitación es pequeña para ser una consulta de un prestigioso doctor, sin embargo, eso sí, no le falta detalle, demasiado para mi gusto, pero tiene de todo. Una alfombra gigante algo desfasada, unos visillos de las ventanas, hechos a mano, seguramente por algún paciente recuperado... o quizás aun más trastornado... ¿Quién puede hacer semejante horterada? o peor aún... ¿quién es capaz de colgarla de sus ventanas? El escritorio me queda justo detrás, no alcanzo a verlo, pero sé que cada cosa que hay sobre la mesa, está por algún motivo, menudo es este hombre. Hago memoria de lo que veo en la mesa antes de tumbarme: Una agenda colocada sobre varios libros, un pequeño jarrón con flores frescas... y un pequeño abrecartas bañado en oro, que no creo que sea macizo, pero mira, ese es chulo. La lámpara del techo tiene delito... bastante estrafalaria, es una araña gigante, impropia para una estancia tan reducida y seguramente más antigua que el catarro y, pero sobretodo friki a más no poder. El diván, algo decadente para una consulta psiquiátrica con cierto caché; es de cuero negro, aunque algo desgastado.

El doctor interrumpe mi sosiego.

  • Perdona Aurora, tuve que enviar un fax urgente y se complicó la cosa...
  • No pasa nada, tranquilo. No tengo ninguna prisa. Ya lo sabe usted bien…

Este psiquiatra tiene una risita algo molesta, por no decir... insoportable, como si sacara un grillo de su garganta. Para colmo de males siempre es igual de repetitivo con sus frases:

  • Aurora, ¿cuantas veces te tengo que decir que esto es para ayudarte? ¿que no te lo tomes como una obligación?
  • Si, creo que me lo ha dicho unas cuantas veces. - le digo sin mirarle a la cara, porque de seguro está sonriendo con esa cara de payaso que tiene.
  • Verás, si no me ayudas, poco avanzaremos, ¿No crees?
  • Doctor. Siempre me sale con la misma canción. Yo estoy aquí por pura obligación y usted lo sabe.

Desaparece de mi ángulo de visión. Le encanta ponerse detrás de mí y observarme. No lo veo, pero lo sé, me noto inspeccionada durante bastantes segundos.

  • Aurora, estás en una fase de curación casi absoluta.
  • Casi... usted lo ha dicho. Igual que la semana pasada… Mientras tanto todavía sigo en el hospital.
  • Bueno, mujer, pero hemos conseguido que solo vayas a dormir y tienes libertad para moverte por la calle, cuanto quieras.
  • Si y a tener que ir a fichar a ese puto manicomio cada día a las ocho de la tarde. ¿Usted cree que eso es vida?

Oigo los pasos del doctor y a ciegas intuyo que está cogiendo su bloc de notas. Una agenda más pequeña a juego con la que tiene sobre la mesa, pero todavía más desgastada por el uso. Siempre me he preguntado, ¿por qué no lo grabará? o mejor... ¿por qué no usará un portátil? Hoy en día es básico... o una Pda, de esas que cabe en un bolsillo…

Vuelve a interrumpir mis pensamientos.

  • Si no te importa, volvamos al capítulo en el que me relatabas tu relación con las otras pacientes del hospital.
  • ¿Es necesario?
  • Sí, lo es, por favor…

Se sienta detrás de mí, en su sillón de orejas. Este tipo es de la escuela de Freud, fijo… y eso que no he visto ninguna foto suya colgada por ahí. ¿Será la reencarnación? Desde luego, ¡vaya pintas!

  • Vamos, Aurora...
  • Pero si se lo he contado miles de veces. Allí están todas locas, majaretas perdidas. Y la que está un poco cuerda, está ensimismada, totalmente ida, como un pollito hervido.



Me acuerdo cuando mi padre hervía a los pollos. Esa era su extraña manera de matarlos. Siempre pensé que era algo cruel, pero ahora me hace gracia imaginar a los pollos intentando salir de aquella olla gigante, atados por las patas unos a otros.

Él insiste:

  • Y ahora, dime, ¿Tú te sientes distinta a ellas?, ¿A las otras pacientes?
  • Hombre, claro... Hay una gran diferencia, ¿no le parece? Soy una persona normal.
  • Bueno, sufriste episodios...
  • Ya, vale, vale... No me cuente otra vez mi cuadro clínico doctor, me lo sé de memoria, pero sabe de sobra que solo fue para eludir la cárcel. Maté por motivos claros y no por eso estoy loca.

Otra vez guarda silencio. Creo que siempre busca alterarme, para comprobar lo jodidamente chalada que estoy. Eso es lo que debe pensar, el muy hipócrita. Se las da de amiguete, de que cura lo incurable y es que no conseguimos nada en estas charlas… me parece la cosa más absurda del mundo.

  • Doctor, a todo esto: ¿Cuándo tiene previsto darme el alta definitiva?
  • Aurora... sabes que no está en mi mano...
  • No, por favor... Otra vez no. Usted es la única persona que me puede dar la carta blanca y lo sabe. No sé a qué está esperando. Estoy harta de venir aquí cada jueves sin avance ninguno.
  • Tu actitud está resultando muy egoísta, ¿no te parece?

¿Egoísta? Ahora resulta que no estoy aquí por mí... sino por él... Ahora soy yo la que permanece en silencio, porque este tío me va a sacar de mis casillas realmente. Llevo cientos de sesiones con él y no es capaz de aflojar un gramo... parece una espiral de la que no puedo salir. Me está torturando. Y si estoy en el tercer grado, es porque he cumplido más de la mitad de mi condena en un horrible hospital psiquiátrico... no porque él me haya ayudado.

Y vuelve con lo mismo:

  • Aurora, hablaremos más adelante de los avances. Centrémonos en tu relación con las otras mujeres del hospital...

Otra vez. Resulta cansino escucharle siempre haciendo las mismas preguntas chorras. Sino fuera porque dependo de él, me habría largado hace rato. Sé que un comportamiento indebido, me llevaría de nuevo al encierro y eso es lo último que deseo.

  • He llegado a odiar a todas las personas que hay allí... ¿Le vale con eso?
  • Sí, pero supongo que no todas. Habrá alguien que te haya caído bien…
  • Ya le dije que allí no había nadie que mereciera la pena. ¡Están taradas todas!
  • Bueno... ¿Y las enfermeras?, ¿Los doctores?

¿Será cabrón? Me lleva otra vez al agujero, quiere que salte, que empiece a maldecir a todos, pero es que tengo razones sobradas para ello. Las enfermeras, aparte de ser todas unas zorras, nunca me dieron el menor atisbo de cariño, ninguna mostró afecto ni nada que se le pareciera… y no hablemos de los médicos, todos más jodidos que las propias pacientes... Sin embargo hoy no le voy a dar por el gusto a este, no… hoy me voy a callar.

  • ¿No me dices nada, Aurora?

¿Qué le voy a decir si me aburre siempre con la misma cantinela? Prefiero adentrarme en las paredes de su recargada habitación. Mola más seguir el juego de las cenefas de un papel pintado, que por cierto, me recuerda las películas de Sherlock Holmes... Ahora que lo pienso, ¿me habré teletransportado al Londres del siglo XIX?

  • ¿Aurora?
  • Doctor, de verdad, estoy cansada. ¿No tiene una serie de preguntas nuevas para variar?, ¿Siempre tiene que ser igual?

Se calla y oigo su pequeña risita, esa que hace con la garganta. Seguramente está mirando sus notas y apuntando nuevamente lo mismo, con sus gafas caídas, su corbata roída, su cabeza desproporcionada...

  • Mira Aurora, quería darte una sorpresa y decirte que solo nos quedarían dos o tres sesiones, pero en cambio tú sigues sin cooperar.

Se me ha nublado la vista. Creo que de tanto mirar los dibujos del papel pintado, me ha entrado un mareo. La lámpara de araña parece querer acercarse… el suelo se mueve... me siento borracha, tumbada sobre ese diván, que parece un pequeño bote en alta mar.

  • Aurora, ¿Estás?
  • Doctor... ¿me está diciendo que me va a liberar? ¿Que estamos acabando?
  • Puede ser. Depende de ti.
  • No, depende de usted... ¿De su puta firma, quizás?
  • Mi firma ya está hace meses, mujer. Haz un esfuerzo. Ahora eres tú la que tiene que...

A pesar del mareo, logro sentarme sobre el diván con cierta rapidez. El doctor Allerti se me muestra difuso, como si no fuera él. Casi no logro ver nada. Tan solo el abrecartas dorado, sobre la mesa que me ciega con su intensa luz. Doy apenas dos pasos, lo tomo entre mis manos y volviéndome a trompicones, se lo inserto al doctor en el cuello. ¡Zas!

Es curioso… Se ha colado en su garganta como un cuchillo caliente en la mantequilla.

Ahora vuelvo a enfocar todo más claramente. El doctor tiene los ojos abiertos como un sapo. No puede hablar. Mejor... ahora callado, me resulta hasta más atractivo. Extiende su mano y logra alcanzar mi muslo derecho. Resulta gracioso verle pedir ayuda, como un pelele. Cae al suelo y se mueve como una culebra de charca. La verdad es que ya tenía ganas de verle hacer algo distinto.

¿Será mamón? Me ha manchado todo el pantalón de sangre. Bueno, voy a serenarme, porque me está empezando a doler la cabeza, además el espectáculo es tan bello... No tanto aburrimiento de sesiones machaconas, jueves tras jueves.

Me siento sobre el diván y sigo observándole. Está intentando decirme algo, pero no logro entenderle.

  • ¿Qué está diciendo doctor?, ¿Que llame a alguien?

No responde, solo tensa sus dedos como queriendo señalar hacia la puerta.

  • Doctor, no hay nadie. Recuerde que soy su última paciente de los jueves. Estamos solos los dos. ¿A quién quiere que llame?

No dice nada, tan solo sigue aspirando con dificultad y la sangre le sale por la boca, ¡qué asco!

  • Mire doctor, no creo que se vaya a morir de esta, así que guarde la calma... Por cierto, ¿Donde está mi carta blanca? ¿Esa que tenía firmada y guardada?

No señala, pero el infeliz busca con los ojos la agenda que hay sobre la mesa. Vaya, la he tenido tan cerca y nunca me dio por husmear allí...

  • No se preocupe doctor, ya la alcanzo yo.

Allí está, justo tras la tapa de la agenda y minuciosamente doblada. "El doctor Alonso Allesti certifica que la paciente Aurora... bla, bla, bla, ha alcanzado el nivel adecuado para su integración, tras la estancia... bla, bla, bla y puede ser liberada de sus obligaciones con el hospital psiquiátrico..". y la fecha... de… ¡hace dos meses!

  • ¡Serás hijo de puta!

Saco el abrecartas de su garganta y la sangre fluye ahora como un torrente. Se está desangrando como un cerdo... Bueno, como lo que es, claro.

Guardo la carta en mi bolso y me pongo el abrigo, mientras el hombre convertido en nada, se está apagando, como todas mis sesiones de los jueves, ¿no es genial?

  • Ah, doctor, no se preocupe, si me pregunta alguien, diré que ya me dio la carta y que seguramente el tarado ese que tiene a las siete y media ha debido ser el que le perforó la traquea... yo soy una ciudadana integrada, ¿recuerda? Lo comentó usted en mi carta… mi carta blanca.

Lydia




Carta blanca Ejercicio
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El relato que Lydia presenta al ejercicio psiquiátrico contiene una atractiva mezcla de elementos de novela negra. Seguro que más de uno se sorprenderá al leerlo.

lunes, 22 de febrero de 2010

Amigo mío, ¿qué hice mal?

Lucía Carolina nos presenta su relato, centrado en el fetichismo de prendas femeninas, para el ejercicio psiquiátrico.


Le platico a un amigo (tu lector) mi vida, mi filia por la ropa de mujer. En la presente historia no hallaras ni un solo evento sexual, solo es… mi vida: mi gran filia por los trapos de vieja….(100% real)

Amigo. Necesito contarte mi vida, por favor solo escúchame…

¿Que paso?, ¿ni yo lo entiendo, tuve todo en mi vida para ser un hombre muy viril, pero me desvié sin desearlo. Soy el segundo hijo de una familia de clase media; seis hermanos un varón, luego yo, me siguen mis dos hermanas y por ultimo 2 hermanitos. A mi hermano le encantaba jugar a la guerra, y yo lo seguía, aunque en realidad hubiera preferido jugar a las muñecas con mis hermanas.

Por ahí del cuarto grado de primaria (más o menos a mis 10 años) me platicaron los compañeros sobre la masturbación y probé, también me platicaban del placer que se siente al hacerlo pensando en una de nuestras compañeritas u otra niña, y así lo hice, pero empecé a notar que mas que pensar en las niñas daba mas énfasis en la ropa que traían a mi me gustaba pensar más en su ropa que en su cuerpo; luego no se como llego a mi la fantasía de que yo era el balet de una niña, a la cual tenia que ayudarle a ponerse su pantaletita, sus calcetas y claro su vestido o falda; hasta que un día sentí la necesidad de soñarme niña y por tanto era yo la que se ponía lindos vestidos y las calcetas de corazoncitos y florecitas, por lo regular después que eyaculaba me asustaba y me regañaba pues eso estaba mal.. Cierto día me metí a bañar y encontré la ropa sucia de mis hermanas, no me aguante las ganas de probármela, en el momento la sensación fue fabulosa sentir ese lindo vestido sobre mi cuerpo, me masturbé en ese momento; aunque luego me reproche por lo que había hecho, mas al otro día se me presento la misma oportunidad y no la desperdicie, y esto llego a hacerse rutina.

En esa época, me toco ser el único que tenia clases por la tarde, así que aproveche para meterme al cuarto de mis hermanas y probarme todo su ropero, me encantaba una minifalda amarilla a cuadros con una blusita entre amarilla y anaranjada, ya hace tanto tiempo de eso que es imposible ser más explicito, lo que no puedo negar es todo lo que disfrutaba cuando me vestía con esas lindas prendas, sus vestidos largos de fiesta y hasta los que empleaban para en los bailables de los festivales de la escuela. En esta familia es tradición la ropa nueva el 24 y 31 de diciembre en la cena, como disfrutaba los días 25 y 1º cuando la familia solía descansar, yo aprovechaba cualquier instante para ir al baño a probarme lo que mis hermanas habían lucido la noche anterior.

Ya mas grandes, alguna vez mi hermano mayor salió de viaje y yo aproveche para robar algunas prendas del ropero de mis hermanas, encerarme en mi cuarto ponerme guapa y así estudiar o realizar la simple tarea escolar.

De esta forma paso gran parte de mi adolescencia; mi vida social era buena, tenia muchos amigos y amigas y hasta creí haberme enamorado de alguna de ellas, pero algo me impedía dar el paso. ¿Te digo algo? Ni yo lo entiendo! Algunas chicas me gustan como mujer, pero hay otras muy guapas las cuales me dan envidia, pues quisiera ser tan hermosa como ellas.

Que bárbaro amigo, al estar en el grupo de amigos varias veces me toco ver pasar una linda damita, cuanto todos decían

--¡Miren que chica tan buena!

Y a mi me gustaba alguna de sus prendas: la falda, la blusa, o no se. Los pantalones, yo solía contestar

  • Si muy lida

Yo me refería a la prenda pero no especificaba.

Por otro lado, mi muy querido amigo: para motivarme al masturbarme, suelo hacer historias, en las cuales yo soy una linda mujer y ando bien arreglada coqueteándole a los hombres. ¡Mi amigo! una de mis fantasías favoritas, es en la que vivo con mi madre (que no es la real) y su esposo, él cual me gusta, y aprovecho cuando ella sale a trabajar para atenderlo en ropa coqueta, minifaldas, diminutos short, blusitas delgaditas sin sosten para dejar ver mis pezones y así seducir a mi padrastro terminando teniendo sexo con él. La verdad, pocas veces llego a ese momento, pues por lo regular con el desfile de modas sexy que me doy para seducir al padrastro, me es suficiente para terminar.

Otra de estas fantasías es que en mi real personalidad conozco a un señor robusto calvo y muy velludo (mi sueño de hombre) con quien voy a su casa y me visto de nena para él y acabamos teniendo un sexo salvaje. Para nada al igual que en el caso anterior, con solo plantearme la situación, así como al hacerme una descripción de los trapos que me pongo es más que suficientes para quedar satisfecha.

Amigo te digo un secreto, por favor no lo divulgues, pero mis relatos anteriores han estado basadas en esas fantasías, por favor no le digas a nadie

¿Sabes amigo? me fui a estudiar a una ciudad en la cual mi abuelita tiene una casa, la verdad hubo una época en la que no ocurrió nada especial, ya en los últimos semestres tuve novia, y hasta llegue a pensar que ahí llegaría mi manía por la ropa de nena, pero con esta relación nunca llegue a nada, me regrese con mis padres, trabaje un tiempo y nada de boda, la verdad algo dentro de mi me lo impedía, mi pretexto que yo deseaba hacer una maestría antes de comprometerme, por lo que a esa novia no le hacia gran caso. Trabaje 2 años y me dio la loquera de regresar a casa de mi abuela a titularme. En ese tiempo mi hermana, que se había quedado a terminar sus estudios, se tuvo de repente que regresar, dejando en la casa el 80% de sus cosas de señorita, como goce esa época, me encontraba completamente sola en la casa así que con el único inconveniente en ese tiempo fue que la costumbre en esos lugares era (cuando se construyo la casa) que el cuarto de baño se encontraba fuera de ésta, además de que en ese entonces mi abuelita le alquilaba la otra pate de la casa a una familia, por lo que no podía salir tan fácil al patio como yo hubiese querido. En ese entonces yo me pasaba todo el día en la universidad y en la calle el resto, por lo que llegaba por ahí de las 8 de la noche a la casa abría y saludaba a la otra familia, y al rededor de las 10 de la noche ellos se retiraban a dormir, que era cuando aprovechaba para disfrutar todas las cosas que mi hermana había dejado, blusas faldas, pantalones, juegos grandes de maquillaje, y lo mejor algunas pantys así como brasieres. Amigo, no te he dicho que esa ciudad esta en la montaña por lo que hay mucho frio, y entre las cosas de mi hermana había gran cantidad de pantimedias que también me llegue a poner y hasta confeccionar algún tipo de relleno para simular senos; ese tiempo como lo disfrute, una de mis hazañas fue ir a la facultad con pantis y pantimedias, varias veces, y hasta llegue a salir al centro con brasier debajo de la chamarra: mi amigo, otra proeza, sabes, ahora que escribo recuerdo tantas cosas, fue cuando fui al museo 100% en ropa de mujer, claro, blue jeans, una blusita de manta no muy bien definida debajo de la chamarra, y , por supuesto, bra panti y pantimedias jijijiji. Esto termino un día que llego mi madre y vio las cosas de mi hermana y como era natural, ella sin avisarme la empaco y se la trajo, como me dolió eso, pero no había nada que hacer ¡ni modo!.

Por un tiempo me quede tranquila, pero el vicio es mucho así que no me aguante las ganas y me atreví a entrar en una tienda para dama y comprarme una faldita, estaba preciosa color fucsia, me temblaban las piernas, casi no podía hablar pero como pude me la compre, diciéndole a la vendedora que era el cumpleaños de una prima. Ay querido amigo, así poco a poco me fui haciendo de un ropero a mi gusto, algunos cosméticos y hasta unos aretes de presión, en fin me estaba dedicando 100% al vicio. Fue cuando sentí la necesidad de ponerme un nombre; pensé varias opciones entre ellas usar mi nombre en femenino, mas como por estos lugares los varones tenemos juegos de nombrarnos en femenino, y pobre de ti si no respondes con una babosada, lo descarte, pues al oir mi nombre deseaba contestas como una niña muy amable; luego me vino la idea de invertir mis iniciales teniendo como resultado Lucia Carolina Cosme él cual me gusto mucho.

En esta etapa hubo 3 personas importantes, en primer lugar, en la otra familia que vivía en la otra parte de la casa había dos chicas adolecentes, un poco irreverentes que empezaron a molestarme diciéndome culito, ya que toda mi familia suele decir mi nombre en diminutivo y este se asemeja mucho a como me empezaron a decir ellas; amigo no se si hice bien o no, pero en vez de molestarme les platique todo, les mostré mi ropa y quedamos como las mejores amigas. Disculpa hay tantas anécdotas entre las tres que te podría narrar, les encantaba maquillarme, y que yo les contara las novelas, hicimos fiestecitas, pizzas, platicábamos de sus novios y muchas cosas, todo como 3 amigas dos hermanas y su prima. Por otro lado también conocí a un señor de mi edad, con quien tenia muchas actividades deportivas y llegamos a compartir muchas cosas, pero todo en el terreno de varones sanos, hasta donde yo se, él no sabe nada de mis cosas, pero te digo amigo, no descarto que, para estas fechas, se halla juntado con las hermanas y le contaran todo,

Cierto día me encontraba platicando con mi amigo y pasaron las muchachas que nos saludaron como si nada, lo importante fue que por la tarde en el patio de la casa nos vimos como siempre y una de ellas me dijo

--Carolina, te vimos con tu novio hace rato.

Aunque yo estaba segura que ese comentario era para molestar, la verdad me encanto y en vez de reclamarle, cambie de tema hablando muy rápido por lo que no paso a mayores, tiempo después mi amigo y yo salimos muy temprano y regrese ya tarde, creo nos fuimos de excursión, todo en plan de amigos varones como siempre, y al otro día las muchachas me reclamaron que a donde me había metido, yo me sorprendí cuando con les respondí.

  • Ay Salí con mi novio.

En esta época fue cuando impuse mi record, Sabes amigo, no se si este record ya lo batí; pero para mi ha sido el mayor tiempo que he andado vestido de nena. Mira, la cosa es que me había peleado con mi amigo y en eso días no convivimos, por otro lado, también concluí mi trabajo y se lo había presentado al jurado que la escuela me asigno, y los tres profesores me pedían una semana para revisar y darme su veredicto; así que me compre un pollo para hacerlo al día siguiente; digamos que me desperté me puse cualquier cosa, arregle mi baño, como estaba en el patio y podrían salir los señores o el hijo de la familia y como ellos no sabían nada, lo tenia que hacer así. Ya bañada me arregle con pantaletita, una falda pantalón, una discreta blusa, zapatos deportivos con tines (unas caletitas muy femeninas) y así estudie un rato vi la tele me puse a guisar el pollo y otras actividades pero como no había comprado tortillas, tuve que ir por ellas a la tiendita que quedaba a tres puertas de la mía; comí sentado como toda una dama, y luego continúe estudiando, hasta la hora de dormir, para lo cual me puse un camisón que les robe en alguna vez que vine a la casa de mis padres a mis hermanas. Amigo lo bueno fue al otro día, en el que me volví a poner la fea ropa de hombre para preparar mi baño, uyyy ¡que delicia! Me puse brasier, bragas, pantimedias no nuevas pero que yo compré, minifalda y una coqueta blusita; ya había quedado con las muchachas por lo que una vez que yo me encontraba bien vestida, entraron a platicar y me maquillaron muy bien, la que lo realizó al finalizar comento,

  • ¡Carolina, te ves mas guapa que yo!

Cosa que me alago mucho.

Así me pase todo el día encerrada disfrutando mi belleza, viéndome al espejo, moviéndome como lo hace una quinceañera con vestido nuevo. Mira amigo, aunque actualmente ando con pantalones y blusitas ya casi a diario, en ese momento me puse bra y faldita, andaba maquillada; para mí, esas son mis 40 horas de nena y esa es mi gran marca,

Termine mi tesis, vinieron mis padres, dicte mi examen y lo aprobé con honores, la verdad no quería dejar esa casa, me puse a buscar trabajo pero no encontré nada. En ese momento, mi padre ya tenía 2 años viviendo por cuestiones de trabajo en la capital del país y me sugirió que me fuera con él a ver lo de la maestría, y así lo hice. Antes de irme arregle la casa y lo más triste fue cuando me tuve que deshacer de mi ropero, ese día saque por primera vez todo, ya que por lo regular solo sacaba las prendas que usaría, y lo extendí sobre la cama, no sabes el asombro que me dio ver que tenia como 8 minifaldas, 14 blusas, 3 vestidos, un montón de lencería. Por un lado me daba tentación deshacerme de mis cositas y por otro estaba consiente que esa etapa de mi vida había terminado; disfrute los últimos días y ya cuando solo me faltaban algunas horas para partir, tire a la basura la lencería y a mis primas les di la ropa diciéndoles que tomaran lo que quisieran y el resto lo llevaran a la iglesia.

Amigo, la etapa más complicada de mi vida fue la de vivir en casa de mi padre pues no tenia ropita ni espacio para usarla, la verdad por un tiempo, eso posó a segundo termino, pues mi vida estaba llena de actividad, nunca había vivido en una ciudad tan grande, moverme en metro y esas cosas, pero el vicio te llama y yo estaba loca por hacer algo, lo cual pude remplazar pues en casa de mi abuela había encontrado al inicio, una revista con algunas muñecas que servían de molde para hacer diseño de modas, por lo que aprovechaba los múltiples viajes de mi padre para dibujar y si se me antojaba probarme alguna prenda, me era suficiente con dibujarla. Otra idea loca que tuve, fue relacionar mi ropa de varón con prendas femeninas, mira que loco, amigo mío; por lo que cada prenda de vestir tenia su equivalente en ropa de dama, por decirte algo, en vez de decir, hoy me llevo mi pantalón azul marino con la camisa del mismo color decía, hoy me voy a poner mi minivestido azul marino, amigo, esto no se si me creas, pero hubo ocasiones en que sentí mis piernas descubiertas y el rose de la falda sobre ellas al caminar. La verdad una vez si me dijo mi padre

  • Ya déjate de joterias. (mariconadas)

Igual que en la escuela anterior, termine mis cursos, prepare mi tesis y rendí mi examen en el cual también me fue muy bien. En esa universidad tenia trabajo y me pude haber quedado ahí muy bien, pero por miedo a mi mismo, amigo hoy no es el tema, pero en otra ocasión te platicare mis hazañas en el mundo de la prostitución travesti, decidí a renunciar y volver a la ciudad donde viven mis padres, que ya para ese entonces estaban divorciados, por lo que me vine a vivir con mi madre, fijate.

Un hecho que vale la pena comentar, fue que antes de renunciar me toco unas vacaciones de 3 semanas y la universidad me dio buen dinero, y aproveche para ir a la ciudad de la casa de mi abuelita, pero yo ya tenía 3 años fuera por lo que la casa se encontraba alquilada., así que aproveche para quedarme en un hotel, mis primas ya no vivían en la casa y tampoco encontré a mi amigo, todo cambio. Me compre algunos trapitos: 2 falditas 2 blusitas y varias pantis, ya que toda la semana las traje debajo de los pantalones, una delicia llegar por la noche y ponerme la faldita mientras ordenaba mis cosas así como dormirme en camisón.

Después de buscar a mis primas a través de conocidos las encontré, salimos a comer y anduvimos poniéndonos al corriente, y como en la vez anterior, al acabar la semana, eche la lencería en un bote de basura de la calle, estuve a punto de dejarla en el hotel pero no me atreví y los poco que compre se lo deje a ellas.

El resto de las vacaciones la pese en casa de mi madre. Donde se me presenta un ambicioso proyecto y ahí decido regresarme, para renunciar a mi trabajo en la universidad; la mayor universidad de mi país.

Amigo no se, en la universidad de lunes a viernes era muy feliz, dedicado a los estudios y al trabajo, los fines de semana salía a caminar y en una de tantas, llegé al área de prostitución, me metí con una chica para probar y así cai en el vicio y me metía con al menos una a la semana, nunca se me paro, solo les pasaba el pi por sus cosas. Lo más terrible sucedió cuando, caminado sin rumbo, pasé por un cine porno, al cual alguna vez ya había visto sin darle importancia, pero ese día me dieron ganas y entre, jamás me espere lo que encontré, era un refugio gay; además de que se encontraban travestis ofreciendo servicios sexuales, y si me metí con algunos. Claro con las debidas precauciones. Amigo ¿Sabes? Hoy me pregunto que hubiera sido de mí conociendo esos lugares y contando con buenos recursos económicos. ¿Hubiera conocido una linda chica y me hubiera olvidado de todo?, ¿Me hubiera muerto de sida? No se…

Llegue a la casa y me entero del cambio de planes, y la verdad me invitaron a ir a trabajar a otra ciudad, pero ya llevaba como 7 años fuera de casa, y no me dieron ganas de ir, por lo que mejor me quede con mi madre.

Busque trabajo y gracias a un amigo me coloque en una universidad privada que aun estaba iniciando, como es mi costumbre, por un tiempo estuve tranquilo muy viril, pero no tarde en caer y empecé con los jeans azules muy discretos, pero me encontré unos entubados preciosos que creo complete toda la colección de colores y así me presentaba a trabajar.

Yo estaba encargado del centro de computo de la escuela, además de otras tareas académicas. Yo fui él que instalo y probo el internet de la escuela; la verdad nunca había entrado, pero leyendo y experimentado me fui abriendo camino, hice mis cuentas de correo, vi como se empleaban los buscadores y por ultimo entre al mundo del chat ¡uyyyyyyyyy que maravilla! Nada mejor que eso, mi primer chat fue en una pagina muy conocida pero que dejaron morir "loquesea.com" me acorde del nombre de Cesar, y me dio por entrar con ese nombre y empecé a escribirlo, pero no se que paso y solo pude escribir cec y oprimí enter (entrar) bueno dije

--Ya ni modo

Entre y una muchacha me hizo platica, la cual se torno lida y muy tierna hasta que de repente ella me escribe

  • Verdad que es cec de Cecilia
  • Te llamas Cecilia?????

La verdad me encanto la idea y le dije que si y continuamos platicando. De este modo fue que empecé a entrar a internet, me invente una edad y una historia para chatear, me empezaron a caer varones con los cuales platicaba como toda una señorita, hice mis correos serios para el trabajo y mi familia, así como otros que solo les doy a mis cibernovios y demás amistades especiales.

El trabajo de la universidad era mucho, poca la paga pero bueno, la verdad, a mi me gustaba; lo malo fue que los dueños de la universidad usaban el salón en otras actividades y notaba que se perdían cosas (memorias ram) por lo que me daba miedo que luego me las achacaran a mi, ya tenia ganas de salirme de ahí cuando un domingo de primavera, en la hora del desayuno mi madre me propone poner un cibercafé en la casa, la verdad le dije que si, pero sin creerle, al mismo tiempo que pensé tendría en casa más posibilidades de usar algo de ropita, meses después mi madre empezó a pedir cotizaciones de equipos, impresoras y demás chacharas; remodelo el estacionamiento y en mismo verano se comenzó a trabajar en este cibercafé.

Para empezar continué usando mis pantalones entubados y empecé a usar una que otra blusita claro buscando que fueran lo más parecido a una camisa de hombre. Mi máxima diversión se volvió ir a las tiendas de ropa de dama y comprar alguna prenda coqueta, al principio me moría de vergüenza por lo que me aguantaba el deseo de entrar a algunas tiendas 100% especializadas en ropa de dama.

Otra cosa que siempre deseé, fue el usar pantaletita en un 31 de diciembre, si ya se que te conté que en la casa de la abuela seguido las traía, pero lo que lo hacia especia, era que seria frente a toda la familia, claro nadie lo vería, aunque ya sabes, entre hermanos a veces sin querer queriendo crees que no hay nadie en el sanitario y te atreves a abrir la puerta sin tocar, además de no saber que hacer con ella después de haberla usado; en cierta ocasión vi unas baratas y me anime, pues en caso que acabar tirándolas a la basura no me dolería tanto, pero me encanto la primera fue una delicia, por lo que tuve la idea de hacer un espacio en mi closed (un espacio, un hueco, propio de la construcción de la casa el cual se cierra con puertas corredizas) de hacer un área entre las chamarras y varias cosas para proteger el resto de la ropa de la humedad y ahí tender todas las noches mi lencería. Esta primera compra la realice en marzo del 2008 y desde ese día solo dejo de usarlas para salir al centro.

Ya nada me da miedo, y ahora el 80% de las cosas que se encuentran en mi closed son de dama, tengo muchas blusas y pantalones, 2 cajones con pantaletitas de todos colores, y muy sexis y así ando atendiendo mi local; sabes amigo la semana pasada entre a la tienda más grande donde solo hay ropa de dama, me gusto un blusón y como si nada me acerque a un espejo y me lo puse sobre mi cuerpo para ver que tan largo me quedaba, una muchacha se me quedo viendo, la verdad, no me importo jijijiji. También me encantan los perfumes, tengo varios, algunos corrientitos que uso seguido, y otros de mayor calidad, esos para días especiales.

Ya totalmente dedicada el vicio me encuentro en mi local, hace unos días fui a la estética y me corte el cabello muy femenina pues deseo andar muy mona en las fiestas navideñas, no se que haré en las fiestas familiares ante tíos y primos, pero en estos mementos me encuentro muy feliz.

Bueno mi querido amigo, en este momento me despido, agradeciéndote tu gran amabilidad y paciencia por haberme escuchado, sabes en este momento traigo puesto el blusón que ese día me compre con un pantalón muy entallado y me encuentro sumamente satisfecha. No creo cambiar y estoy segura que cada vez iré por más.

GRACIAS

tesorotuyo@hotmail.com





Amigo mío, ¿qué hice mal? Ejercicio
Transexuales

viernes, 19 de febrero de 2010

La psicología del miedo

Malefromguate resume así su relato para el ejercicio psiquiátrico: Una joven estudiante descubre un escalofriante ambiente que la obliga a tomar medidas desesperadas.

LA PSICOLOGÍA DEL MIEDO

Gabriela posó el bolígrafo en su cuaderno –los latidos de su corazón eran tan intensos que prácticamente podía escucharlos–, hizo un intento desesperado por controlar el horrible temblor de su mano con tal de anotar –o al menos de garabatear- una observación supuestamente objetiva en base a la sórdida escena que presenciaba: Doña Leonora, una anciana chaparra y rolliza, reprimía con un violento retorcijón de orejas a Paco, su hijo, un muchacho muy alto, de complexión media, con ojos pequeños como ojales, cuya voz tenia un tono grave que parecía burlón.

–¡Quieto, Paco! ¡Tranquilo… tranquilo! –dijo Doña Leonora, mientras le infringía dolor a su vástago con el retorcimiento de cartílagos, obligándolo a permanecer sentado en la incómoda silla de pinabete; ya sabía lo que sucedía cuando su amado retoño se exaltaba, y esta vez no quería que nadie resultara lastimado.

–Ya se lo dije, Doña Leonora –dijo el rubio, robusto y rubicundo Doctor Butten, con un temple que obviaba su profesionalismo mientras se ajustaba los anteojos–, no puedo recetarle más medicamentos a su hijo, lo que él necesita es que lo internemos aquí en el hospital.

–¡No, Doctor! Yo quiero mucho a mi Paco. Véalo, ¡cómo me quiere! No puedo dejarlo aquí solo, ¿qué sería de él sin mí? –replicó Doña Leonora, con aire de tristeza, mientras le acariciaba la mejilla al trastornado muchacho sentado a su lado, quién le correspondía con una risa estúpida y cariñosa.

La hermosa y asustada Gabriela, casi tiritando del miedo, observaba fijamente a Paco, el cual se le figuraba como un perro juguetón de raza grande, quizá un gran danés, a punto de sacar a la luz los primeros síntomas de la rabia.

De pronto, el grandullón de golpe se puso de pie prorrumpiendo en una especie de pánico que hizo saltar de sus asientos a todos los que se encontraban en la habitación.

–¡Mama, mama! ¡Pipi, pipi! –comenzó a gritar Paco, desesperado, balbuceando sus palabras como si no tuviese dientes –¡Pipi, mama, pipi!

–¡¿Qué le pasa?! –preguntó exaltado el Doctor Butten.

–¡Nada! ¡No se asusten! ¡Se pone así cuando quiere ir al baño! –dijo Doña Leonora, tratando de alcanzar inútilmente las orejas de su hijo, mientras que éste, agitado y esquivo, comenzaba a desabotonarse el pantalón.

–¡¡Sáquenlo de aquí antes de que nos orine a todos!! –ordenó Butten alterado a todos los practicantes, incluyendo a Gabriela que se había quedado congelada cual estatua de mármol.

Gustavo –un tipo bajo y rechoncho–, junto con Manuel –otro gordo que era el doble de su compañero en todos los sentidos–, unieron fuerzas sujetando cada uno de un brazo al perturbado de la vejiga saturada. Paco agitó con fuerza el brazo izquierdo, logrando aventar al más pequeño de sus captores hacia la esquina de la oficina, haciéndolo caer y rodar un par de veces como si éste fuese una bola de boliche.

Manuel no se dejó doblegar con tanta facilidad, por lo que Paco, ya con la bragadura algo empapada, comenzó a golpearlo torpe pero fuertemente en el rostro. En el forcejeo hasta Doña Leonora, que se esmeraba por ayudar a controlar a su hijo, recibió una fuerte bofetada de su querubín que la descontó por completo. Aquel alboroto parecía la escena de un documental de la vida animal que mostraba una disputa por comida entre chimpancés.

Finalmente, el enorme Doctor Butten se lanzó con todas sus fuerzas sobre el orate, arremetiéndolo del cuello con su robusto antebrazo, logrando así, con la ayuda del lacerado Manuel, arrinconar al chiflado a la pared, el cual no paraba de forcejear y gritar incoherencias mientras seguía meándose en el pantalón.

–¡Llamen a los enfermeros! ¡Gabriela, haga algo por el amor de Dios! –gritó Butten enardecido, rojo como un tomate.

Minutos después, luego de doblegar a Paco con la ayuda de una inyección, frente a una llorona Doña Leonora, un par de enfermeros se alejaban con el alborotador en camilla, sedado y hediondo a orines.

–Les pido disculpas, jóvenes –dijo el Doctor Butten mientras se arreglaba–, lo que vieron acá es algo que ocurre con frecuencia. Cometí el error de alterarme demasiado. Le hecho la culpa a mi misofobia, además de que realmente me preocupé cuando vi que el paciente comenzó a golpear a Manuel. Por cierto, ¿estás bien?

–Si, Doctor Butten… ¡gracias! –respondió el muchacho gordo y grande, adolorido y con la voz temblorosa.

–¿Y tú, Gustavo, estás bien?

–Si, estoy bien… –respondió resignadamente el practicante chaparro.

–Es recomendable que las sesiones con los individuos que padecen de esquizofrenia, en este caso del tipo desorganizada, se realicen siempre en compañía de al menos un colega… –dijo Butten, mientras posaba una mirada imponente sobre Gabriela, quien palideció en un tono más lívido que el de su propia piel blanca–. Señorita, entiendo que siendo usted una fémina no considere prudente ponerse a forcejear con un paciente alterado, pero la próxima vez procure estar más atenta ante este tipo de problemas. Si se hubiese tardado un poco más en llamar a los enfermeros esto podría haber resultado en algo grave. ¿Me explico?

–¡Si, Doctor, mil disculpas! –respondió la chica, avergonzada, con indicios de lágrimas en sus ojos negros.

Luego de aquel violento incidente Gabriela no pudo evitar pensar en lo afortunada que había sido la "ramera" de Maritza, la compañera de clases que había conseguido un puesto para realizar sus prácticas en una elegante clínica en donde se trataban problemas de anorexia y bulimia. De seguro había logrado la aprobación de aquella falacia coqueteando con el supervisor encargado. En cambio a ellos les había tocado el hospital psiquiátrico La Esperanza, que por ser público era el peor lugar que le podían asignar a un estudiante de psicología para cumplir con aquel requisito de graduación. ¡Todo por no conseguir una alternativa a tiempo!

De pronto ingresó a la oficina una descomunal, fea, tosca y bigotuda enfermera que únicamente saludó a Butten con un solemne movimiento de cabeza.

–No está mal para ser su primer día de prácticas, ¿no es así, jóvenes? –preguntó el médico rubicundo, con un tono bromista y un tanto afable–. Por favor, sigan a la enfermera Truie –hizo un ademán señalando a la mujer–, ella les asignará sus tareas para el resto de la jornada. Mañana a primera hora regresen conmigo, así continuaremos atendiendo y estudiando a los pacientes de la consulta externa. ¡Que tengan un feliz día!

–¡Síganme! –ordenó la enfermera Truie a los estudiantes, con una voz aguardentosa, propia de un sargento.

Gabriela, Gustavo y Manuel, bastante nerviosos y envueltos en una palidez cercana a la de los mimos, siguieron a la grotesca mujer por las instalaciones de La Esperanza. Su lenguaje corporal los hacía verse alertas ante cualquier posible agresión de varias internas que deambulaban en batas celestes a su alrededor. Algunas caminaban como zombies, mientras que otras parecían enfadadas y gesticulaban violentamente sin decir palabra, como si estuviesen discutiendo con el aire. Producían un efecto que parecía magnético, similar a la gravedad que se siente al pararse de puntillas en la orilla de un abismo. Era como si el aire que respirábase en las proximidades fuera tóxico para la cordura.

–Esa es la Malcriada –dijo Truie, señalando a una bella joven de ojos claros y grandes, con el cabello suelto y despeinado, que se encontraba junto a una iluminada ventana con los brazos cruzados y la mirada perdida hacia el exterior–. Los pacientes le han puesto ese apodo… –continuó la enfermera con cierto aire de ironía, ondulando su bigote ralo al hablar, lo cual desvirtuaba aún más las facciones gruesas de su rostro y distraía a sus interlocutores–, pero su verdadero nombre es Patricia Argueta.

–¿Por qué le dicen la Malcriada? –preguntó Gustavo.

La enfermera Truie esbozó una horrible sonrisa que arqueó su bigote partido. Había puesto una expresión como si estuviese esperando que le preguntasen sobre el apodo de la loca.

–La señorita Argueta sufre de un trastorno de identidad disociativo...

–¿Personalidades múltiples? –preguntó Gabriela.

–¡Correcto, sabionda! –respondió la sargentona con desdén–. Ella cuenta con dos personalidades: La primera, la recomendable, es de una muchacha muy dulce y tierna, la consentida de su padre entre tres hermanas…

–¿Y la segunda? –preguntó Gustavo con impaciencia, logrando generar de nuevo en Truie la expresión del bigote arqueado.

–La otra personalidad corresponde a la de una mujer sádica y violenta que asesinó de veinte puñaladas a su propio progenitor –respondió la enfermera aún sonriendo–. ¡Así que ojo con ella!

Como si la Malcriada hubiese sabido que estaban hablando de su persona, volteó de soslayo con dirección al grupo de los estudiantes y la enfermera, intimidando a Gustavo con su incisiva mirada, quien dio un gran trago de saliva por el susto de aquella impresión.

–El hospital está dividido en dos grandes secciones: la de hombres y la de mujeres; éstas a su vez se subdividen en áreas de acuerdo al estado de cada individuo, comenzando desde las personas que están aquí por un simple problema de aspecto legal, hasta la de los que padecen de enfermedades mentales crónicas… –explicaba la enfermera mientras seguían avanzando.

De pronto una mano fría y áspera, como la lengua de una vaca muerta, se aferró con fuerza al antebrazo del chaparro gordito del grupo, provocándole al estudiante un gigantesco susto que hizo latir su corazón tan fuerte como si le hubiesen propinado una potente y efímera descarga eléctrica.

–¡Eres guapo! ¡Hazme el amor! –solicitó una anciana de cabello plateado a Gustavo.

No había que ser estudiante de psicología, ni mucho menos psiquiatra, para darse cuenta que aquella viejecita no tenía la mente posicionada en esta dimensión.

–¡Señora Pérez, compórtese por favor! El joven aquí presente trabajará temporalmente con nosotros, y usted sabe que no debe meterse con los miembros del personal médico –reprendió la enfermera Truie a la ruca.

–¡Sólo quiero un besito! –reclamó la Señora Pérez, esbozando una sonrisa de dientes sintéticos ante un aterrado y sudoroso Gustavo, quien claramente no tenía idea de qué decir para librarse del problema.

–¡Se lo advierto, Señora Pérez, si continúa incomodando a un miembro del personal vamos a tener que inyectarla!

El tono autoritario de Truie doblegó el onírico libido de la anciana, quien finalmente soltó a Gustavo, pero no sin antes guiñarle un ojo y lanzarle un beso en el aire.

–¡Gracias, enfermera! –dijo el gordito con tono de alivio, sujetándose el pecho con la mano.

–Es mi trabajo velar porque los internos se comporten –respondió tajante la enorme mujer–. Ahora, por favor, instálese en esa oficina ya que usted asistirá al encargado del área de las pacientes de avanzada edad

Aquella indicación hizo que Gustavo reaccionara con un rictus de perplejidad, seguro pensando en que allí corría el riesgo de encontrarse de nuevo con la ninfómana geriátrica.

–¡¿Qué espera?! Entre en la oficina y diga que yo le asigné el puesto de asistente en el lugar –concluyó Truie, haciendo correr con celeridad y obediencia al gordito hacia el lugar indicado.

El recorrido continuó: pasaron por el comedor, por los talleres donde se les daba a los pacientes menos trastornados terapia ocupacional y por la sección para internos varones. La enfermera Truie le asignó a Manuel un puesto cercano a la entrada de la bodega de medicamentos y continuó su camino ya sólo en compañía de Gabriela. Pronto ambas comenzaron a atravesar un corredor que se percibía mucho menos iluminado que cualquier otra sección del hospital. De inmediato un olor áspero e insultante, proveniente de las celdas que rodeaban el lugar, envolvió la nariz de la estudiante. Era un aroma mezcla entre excrementos humanos, sudor, alcohol, sangre y quién sabe qué más. Unos leves soliloquios, quejidos y sollozos podían escucharse de vez en cuando en el ambiente. Sin embargo, el taconeo en el andar de la enfermera alertó a los habitantes de aquel pasaje, con lo cual, los débiles sonidos se convirtieron en infinidad de alaridos, golpes en las puertas de metal, blasfemias y letanías que componían una sinfonía escalofriante y ensordecedora, propia de un túnel dantesco.

Gabriela entornó los ojos, elevó los hombros y se llevó las manos hacia los oídos, rezagándose mientras luchaba por no quedarse inmovilizada de pánico.

–¡Sígame! ¡No se atrase! ¡Apresúrese! –ordenó Truie, molesta por la reacción de la estudiante.

Llegaron al final del patibulario corredor donde encontraron una estrecha y lúgubre oficina iluminada por la tenue luz de un viejo bombillo.

–Su nueva oficina, señorita –dijo la enfermera cruelmente al señalar con un ademán el interior de aquella cámara mortuoria.

–¡¿Voy a estar aquí sola?! –preguntó Gabriela con los ojos como platos.

–Estarás con el enfermero encargado de hacer las rondas dentro de esta área. El problema es que él no vino a trabajar hoy –dijo Truie sonriendo; luego su rostro se tornó severo de nuevo y continuó–. Tu función será llevar un registro de los medicamentos y terapias que se les proporcionen a los pacientes de este corredor, así como de reportar cualquier anomalía o problema que éstos presenten. Allí tienes una pila de expedientes que puedes ordenar para empezar.

–¡¿No va dejarme sola, o si?! –preguntó Gabriela aterrada.

–Por supuesto que si, no puedo quedarme aquí a perder el tiempo contemplándote, tengo asuntos que atender. Te llamaré para indicarte cuando sea la hora del almuerzo.

–¡¡Espere!! –gritó Gabriela–. Eh… ¿acaso los pacientes crónicos no tienen aisladas sus celdas? Usted sabe, para no lastimarse ni hacer tanto… ruido.

–¡Ja, ja, ja! ¡Qué ilusa eres! ¿Crees que los fondos del Estado en este país alcanzan para eso? Despreocúpate, ya te acostumbrarás; generalmente no hacen tanto escándalo ya que solemos sedarlos fuertemente; pero de eso se encarga el enfermero, y como ya te dije no vino hoy.

La enfermera se retiró, provocando de nuevo la algarabía demencial entre los ocupantes de las celdas. Luego, por unos minutos, todo quedó en silencio, y eso al final resultó aún más aterrador que la bulla del principio. Gabriela, con su mano trémula, tomó un expediente de la pila y comenzó a leer los datos de la primera página:

Paciente:

Antonio Cuevas.

Celda asignada:

17-B

Diagnóstico:

Esquizofrenia indiferencial.

Observaciones:

El paciente es agresivo y muy inestable. Pasa de estado catatónico a explosivo con frecuencia, especialmente frente a personas del sexo femenino…

¡PUM! ¡PUM! ¡PUM! Tres fuertísimos golpes en la celda más cercana, y una carcajada estentórea que retumbó con un eco casi demoníaco, hicieron que la pobre Gabriela del susto se comprimiera en la silla, soltando el expediente sobre la mesa tan rápido como si éste se hubiese prendido en llamas. La muchacha se quedó con las rodillas pegadas al pecho y la cabeza entre sus brazos para ahogar su llanto.

* * *

Uno, dos, tres días más, con la misma espantosa rutina sucedieron a aquel. Cada día era un infierno diferente: por la mañana, el desfile de fenómenos que llegaban a la consulta externa como espectros de ultratumba: la retrasada mental ninfómana; el hombre que se comía las uñas hasta sangrarse los dedos; el indígena, cobrizo e hirsuto, que alucinaba con la siguanaba y que además se creía estrella de futbol; el tipo que confesó tener deseos de matar a su esposa y a sus hijos. Luego venía el recorrido por la zona de las pacientes de avanzada edad, cuyas locuras a veces se confundían con su senilidad; y finalmente, el paso por el escabroso corredor infernal de los enfermos crónicos que cada día somataban las puertas con más fuerza, como queriendo derribarlas para salir a violar a Gabriela y luego devorarla viva. Para ajuste de penas el enfermero encargado del lugar había sido suspendido por enfermedad y no se había presentado en todo ese tiempo.

¡La chica de ojos negros no podía soportarlo más! Esa tarde dejó de temblar, se puso de pie de forma automática, respiró profundo, salió de la estrecha oficina y comenzó a atravesar con presteza el horrendo pasaje saturado de locos bulliciosos. Llevaba pegado al pecho su cuaderno de apuntes, pero éste se le cayó de un tremendo susto que le provocó un fuerte somatón que escuchó al pasar precisamente junto a la puerta de la celda 17-B. No regresó por él, más bien se apresuró para salir lo más pronto posible de allí. Pasó por la oficina cercana a la entrada de la bodega de medicamentos, allí vio a la enfermera Truie reprendiendo severa y humillantemente a Manuel, pero eso no le importó, siguió caminando presa de una especie de trance. Luego llegó a las afueras del comedor, donde presenció el momento justo en que la Malcriada mordía fuertemente la mano de un enfermero que la había tocado en el hombro, a lo cual éste reaccionó gritando, primero de dolor y luego pidiendo auxilio ante la inclemente presión mandibular que le proporcionaba la loca. Gabriela se asustó un poco, pero prosiguió. Más adelante vio a la Señora Pérez forcejeando con Gustavo, tratando insistentemente de besarlo en la boca. La estudiante continuó avanzando, indiferente a todo, con la mente en blanco, sin la certeza de saber adonde se dirigía, hasta que pasó por la puerta de la oficina del Doctor Butten justo cuando éste iba saliendo de la misma. La practicante se detuvo y se le quedó mirando al maduro médico con unos ojos inundados de desesperación y ansias, cubiertos por un velo de determinación que pregonaban su disposición a hacer "cualquier cosa" con tal de librarse de aquel orco.

* * *

Los labios de Gabriela envolvían con cadencia un glande grueso, rojizo y brillante; lo succionaban y acariciaban con un esmero que le producía una fruición extraña. Repitió la operación varias veces hasta que, ya entrada en mejores ánimos, comenzó a engullir por completo el pene del Doctor Butten, quien se regocijaba ante las sensaciones que le brindaba aquel espectáculo, y se excitaba aún más cuando la practicante, por momentos, posaba su sensual mirada de ojos de perlas negras sobre él, sin dejar de mamarle la verga.

Tras unos minutos, las enormes manos de Butten recorrían fascinadas la lívida y tersa piel de las nalgas de Gabriela. La practicante se encontraba colocada en cuatro patas, sobre el escritorio, y empinaba su culo de majestuosas redondeces, firme y perfecto, con tal de ofrecerle un ángulo propicio al psiquiatra para que éste la penetrara sin clemencia por su húmeda, caliente y rasurada vagina. Aquella impactante imagen le pareció al doctor como la terapia perfecta para curar –o hasta para producir– cualquier tipo de locura.

Butten hendió su pene, forrado de látex, en aquella deliciosa concha con la facilidad con que se hunde un cuchillo caliente en mantequilla. Su pelvis llena de vellos rubios comenzó a chocar repetidas veces contra las nalgas de Gabriela, quien arqueaba su espalda en cada embestida, jadeaba con fuerza y se relamía los labios de gusto. Nunca había tenido una verga que la llenara tanto. A pesar que no lo había considerado posible, realmente estaba disfrutando de aquella antiética y "liberadora" cogida.

El doctor, aferrado a la larga y delgada cintura de la practicante; estimulado también por las miradas sensuales y lascivas que ésta le hacía cuando volteaba a verlo de vez en cuando; no pudo resistir más y comenzó a correrse abundantemente, lanzando varias balas de su simiente que chocaron con fuerza en la punta elástica del condón. En medio de la eyaculación se puso a gruñir como un cerdo que se ahogaba y su rostro se le tornó aún más rojo que la ocasión en que sometió con el antebrazo a Paco, el loco meón de la consulta externa.

Mientras el psiquiatra recuperaba el aire, ya con el miembro marchito afuera y con el preservativo aún sostenido del mismo, casi rebalsando, notó que Gabriela, con los ojos cerrados, se mordía los labios y seguía elevando lenta y rítmicamente las nalgas, arqueando la espalda levemente a manera de reflejo. Preocupado Butten por la insatisfacción de la chica, hundió un par de dedos –índice y corazón– hasta los nudillos dentro de la vagina de la practicante, y comenzó a taladrar aquel coño deseoso con mucha rapidez e intensidad, arrancando con su acción fuertes gemidos entrecortados de placer en su víctima.

Gabriela, ante aquella implacable seguidilla de penetraciones de dedos, alcanzó un tremendo orgasmo que pregonó con un agudo y sufrido alarido, que por suerte no atravesó la oficina de Butten, ya que de haberse propagado por el hospital habría alterado a más de una docena de orates.

El doctor exhausto y satisfecho se sentó en la silla, miró a la practicante y dijo:

–¡Uff! Puedes traerme la boleta de culminación de prácticas cuando quieras, linda. Luego de esto te has ganado no sólo mi firma sino además mis recomendaciones. ¡Felicitaciones! ¿Qué piensas hacer ahora?

Gabriela no respondió, se incorporó, tomó sus bragas, sacó otro condón de la gaveta abierta del escritorio y se dirigió al psiquiatra con un andar sensual. Se hincó frente a él, le quitó el preservativo usado y le limpió el pene con la prenda que tenía entre sus manos.

–Voy a solicitar trabajo en alguna de esas clínicas para tratar problemas de bulimia y anorexia. Al fin y al cabo, con esto que acabo de hacer creo que ya tengo el perfil necesario para ello –dijo finalmente la chica.

–¿A qué te refieres? –preguntó sobresaltado el psiquiatra ante la extraña respuesta y el inusual comportamiento de la practicante.

–Yo me entiendo –dijo Gabriela, mientras comenzaba a mamarle de nuevo el pene a Butten, logrando endurecerlo de inmediato.

–¡¿Qué haces, Linda?! No te preocupes, soy un hombre de palabra y voy a cumplirte, no es necesario que te esmeres tanto.

–¡Ummh! Esta va de gratis, Doctor… estoy feliz de haberme librado de este infierno, además, ¡esta pija me fascinó como no tiene idea!

La chica entonces le puso sensualmente el condón al doctor con la boca, luego se sentó sobre él, no sin antes colocarse con la mano la punta del pene en la entrada de su vagina para clavárselo en el descenso. Al final ambos quedaron cara a cara y comenzaron a moverse con un violento vaivén.

* * *

Un par de horas después, la practicante salió de la oficina con su bolso al hombro, el cabello suelto y una sonrisa que le daba una expresión un tanto vulgar: como la que ponen las mujerzuelas cuando llegan al final de su faena diaria. Se despidió de Butten agitando la mano femeninamente y se retiró, zapateando y contoneándose con suma seguridad y presteza, llamando la atención de todo el personal masculino cercano y de un extrañado –y besuqueado– Gustavo que casualmente pasaba por allí. El psiquiatra, en medio de un prolongado suspiro, observó satisfecho a la chica alejarse. De pronto, del otro lado del salón, divisó a Truie quien lo observaba sonriente. Ambos se saludaron inclinando la cabeza con una expresión de complicidad, como diciendo: "todo salió de acuerdo a lo planeado".

"Es fascinante la psicología del miedo. Estas practicantes son tan predecibles, tan fáciles de impresionar, que basta con darles un buen susto para que vengan corriendo a regalar el culo con tal de escapar, y luego con algo de terapia descubren a la puta reprimida que llevan dentro. No deja de sorprenderme. ¡Siempre funciona!", pensó Butten, mientras agitaba levemente la cabeza de arriba hacia abajo.

FIN

Malefromguate.


La psicología del miedo
Categoría: Hetero: General
1,380 Lect.
Malefromguate resume así su relato para el ejercicio psiquiátrico: Una joven estudiante descubre un escalofriante ambiente que la obliga a tomar medidas desesperadas.

El diablo nunca

Un nuevo relato publicado en el ejercicio de "Relatos psiquiátricos" a cargo de GataColorada

"Gracias Virgen Santa, Madre de nuestro Señor, el diablo no ha entrado en mí, las voces que oigo, los gritos, la soledad de esta celda de paredes blancas que sean una oración a Ti, tú sufriste por tu Hijo, Jesús ten piedad de esta pobre huérfana, que te ofrece su sacrificio, gracias por no dejar que el Maligno me poseyera, Madre que estás en los cielos, mi Señor Crucificado recibe esta muestra de mi amor, desnuda ante Ti, como muchas veces lo he estado en la capilla, ante tu mirada que conoce lo más profundo de cada una de nosotras, gracias, mi Señor Jesucristo por no dejar que me entrara el Diablo, Virgen de los Dolores, Virgen de los Desamparados, Virgen del Socorro, Virgen del Refugio, Virgen Amantísima salvad a esta sierva, que el Maligno no vuelva a mi vida, Niño Jesús, Tú que me has cuidado desde mi niñez, cuídame ahora en la tribulación, ante mi Señor postrada, de rodillas, sin nada que ocultar, con miedo, pero feliz de poder ofrecer mi dolor por los pecados de los hombres, gracias Señor por no dejar que me entrara el Demonio, Tus Enemigos son mis enemigos, Tu Vida es mi vida, Tu Alegría es mi alegría, gracias Señor por no haber dejado entrar el Diablo en mi cuerpo, soy pura Madre mía, como Tú, Santa Inés, Santa Elena, Santa María Magdalena acompañadme en mi tribulación, que los muros de esta prisión sean camino de la santidad, Santa Teresa, tu que viste en el éxtasis al Señor, acompáñame en su busca, Virgencita mía con tu Hijo ten piedad de esta tu humilde sierva……."

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En el reservado de la reina Isabel II de Lhardy, tras un opíparo cocido con postre de soufflé, regado con un buen Rioja. Los Farias en la mano mientras toman el café y una copa de Duque de Alba, Miguel Martínez, comisario de policía y Carmelo Ruiz, médico que fue represaliado y que gracias a su compañero de almuerzo empieza a levantar cabeza comentan.

" No ha salido nada en la prensa, sólo la esquela del marquesito, la verdad es que has tapado la historia muy bien. Creí que iba a haber un escándalo, pero eres un artista."

"Joder, Doctor, que los dos somos viejos, nadie quería que se supiera cómo la ha diñado el gilipollas ese. Iba a ser un lío, con nobles, banqueros, militares y la Santa Madre Iglesia, vamos que todos querían tapar. Es muy jodido que haya un convento que vende vírgenes a los viciosos del Régimen. Las putas monjas tenían un montón de niñas, huérfanas, quitadas a sus madres que estaban en la cárcel, y por una pasta las daban para el desvirgue a los ricachos que pagaban con alegría. Era la hostia, en el convento de clausura, en cuanto empezaban a ser mujeres, las hacían rezar desnudas en la capilla, los tipos las elegían tras las celosías, pagaban y ¡ ZAS! a la cama. No habían tenido problemas hasta ahora, pero la chica esa, Norma, un bombón, cuando se la llevó el marqués, se volvió loca. El imbécil fue a su chalet, la mujer estaba en San Sebastián, la ató y decidió que se la chupara. La chica le pegó un bocado que le arrancó la polla. Como no había nadie, pues se desangró"

" ¿ Qué han dicho en la clínica? En el López Ibor, aunque es un hijo de puta, tiene psiquiatras jóvenes buenos"

" Carmelo, que te conozco, esos dos que dices buenos es que son un par de rojos como tú, Castilla de Pino y Martín Santos, pero tienes razón que son majos. Son ellos los que han descubierto por qué le mordió. Creía que le iba a meter el diablo, parece ser que la tal Norma vio un día como se follaban a una monja, y al confesarse la dijeron que era el diablo entrando en el cuerpo de la monjita, cuando la niña asistió al castigo de la folladora, la arrearon 100 varazos, decidió que a ella no le metían el diablo ni pá dios."

" Y ¿qué vas a hacer? "

"Racionalizar. La superiora está en mis manos. Oye, no sabes lo bien que la chupa el clero. Si me ayudas a mejorar la vida de las chicas, que coman, que las putas monjas las tienen en ayunas más de lo debido, pues podemos llevar el negocio, que siempre estarán mejor ahí que en un reformatorio. Sacamos un dinero y tenemos a un huevo de tíos agarrados por los cojones"

"Miguel eres un cabronazo, pero, como siempre, tienes razón. Eliges la solución menos mala"

" Nos tomamos otro Duque de Alba, la duquesita está buena."

Nota de la autora.

Tras la guerra civil española, muchos niños y niñas fueron metidos en centros de internamiento o dados en adopción a las familias adictas al franquismo.

Luís Martín Santos y Carlos Castilla del Pino trabajaron al comienzo de sus carreras de psiquiatras en la Clínica López Ibor .

En el restaurante Lhardy, famoso por sus cocidos, existe un reservado que usaba Isabel II.

Lo demás es fantasía de la autora.




15-Feb-10 El diablo nunca
Categoría: Hetero: Primera vez
5,177 Lect.
Gatacolorada resume así su primer relato psiquiátrico: En la oscuridad del franquismo, el demonio acecha.

lunes, 8 de febrero de 2010

El salto atrás de Paco

Un nuevo relato acaba de ser publicado: El salto atrás de Paco por Maricruz.

Al principio no reparé en los síntomas; creí que mi pareja estaba embromándome. Comentaba que encontraba más apetitosos los granos crudos de maíz que el cordero asado y que las orugas eran plato bastante mejor que las angulas de Aguinaga, y yo le decía que sí y sonreía, en lugar de alarmarme y buscar soluciones. Después ha venido todo rodado, y estoy hecha un lío.

Paco y yo íbamos a casarnos. A raíz de lo ocurrido en su despedida de soltero, aplacé la boda y le convencí de que ingresara en una clínica psiquiátrica. No era para menos. Paco estaba convencido de ser un gallo. Se lo creía de verdad. Me di cuenta cuando comenzó a poner el despertador a las seis de la mañana y, en cuanto sonaba la alarma, saltaba de la cama, salía al balcón, y soltaba unos kikirikís tremendos que despertaban a todo cristo en varios kilómetros a la redonda. La policía nos visitaba madrugada sí, madrugada no, a requerimiento de los vecinos, pero yo me excusaba, sonreía a los agentes, prometía que no se repetiría la escandalera, disculpaba a Paco, y achacaba sus rarezas a los nervios por la próxima boda. Luego el problema se agravó: en su despedida de soltero, desdeñó ir con los amigos a un local de striptease, se despidió de ellos y se largó a armarla en una granja avícola, donde aseguró que había mejor diversión. Me quedé de piedra al enterarme, puse el grito en el cielo y él me malinterpretó: "No lo tomes a mal, Maricruz – me dijo -, las gallinas no merecen la fama que tienen. No todas son putas, hay gallinas muy decentes, así que no has de ponerte celosa". Y me lo decía con cara de bueno. Le hubiera estrangulado allí mismo. ¿Pero que se creía Paco? ¿Celosa yo de las gallinas? Puse las cartas sobre la mesa, y también él. Se sinceró entre kikirikís: "Maricruz ¿no ves que soy un gallo?"

Le ingresé de urgencia en la mejor clínica psiquiátrica de la ciudad. Los médicos comentaron que tenían que hacerle unas pruebas y que no emitirían un diagnóstico hasta tres o cuatro días más tarde. "¿Pero Paco tiene cura?" me angustié. "¡Ah! Eso no lo sabremos hasta hacerle las pruebas".

Un día. Dos. Tres. No aguanté más, telefoneé a la Clínica y me llevé una tremenda sorpresa, porque su contestador automático es casi igual que un archivo que corre por Internet. Lo cuento por si alguien no lo conoce: Marco el número del teléfono y me responde una voz que me suelta la siguiente retahila:

- "Gracias por llamar a la Clínica Psiquiátrica de su Ciudad.
Si usted es obsesivo-compulsivo, pulse repetidamente y con fuerza el número 1.
Si usted es co-dependiente, pida a alguien que pulse el número 2 por usted.
Si tiene múltiples personalidades, pulse a la vez los números 3, 4, 5, 6 y 7.
Si usted es paranoico, ya estamos enterados de quién es y sabemos lo que hace y lo que quiere hacer, de modo que espere en línea mientras rastreamos su llamada.
Si sufre de alucinaciones, pulse el 7 en el teléfono gigante de colores que le tiende el enorme elefante a rayas verdes y rosas que se pasea por su mesilla de noche.
Si usted es esquizofrénico, escuche cuidadosamente y una pequeña voz interior le indicara que número pulsar. Si es depresivo, no importa qué número marque. Nada conseguirá sacarle de su lamentable situación. Si sufre de indecisión, deje su mensaje después de... escuchar el tono... o antes del tono.... o después del tono... o durante el tono... En todo caso, espere el tono".

Esperé el tono, claro, porque me sentía indecisa de veras. Cuando conseguí hablar con una persona en lugar de dialogar con una máquina, me citaron para la misma tarde, y allí me tenéis, nerviosa como un flan, frente al Director de la Clínica, mesa por medio, mientras él carraspeaba, mostraba su mejor perfil que no dejaba de ser una ruina total – más bien un remedio contra la concupiscencia -, se ajustaba las gafas, me miraba y comenzaba a hablar.

- Su pareja – me dijo – sufre de lo que la Cátedra de Psiquiatría de la Universidad de Viena llama "síndrome de Darwin", y la de Berkeley "esquiZOOfrenia -¿aprecia el juego de palabras? - del salto atrás". No crea, es una dolencia relativamente corriente. Usted conoce la teoría de la evolución ¿verdad?

Afirmé con un gesto.

- Los especialistas de la mente – siguió mi interlocutor-, han estudiado las leyendas antiguas y han confrontado historiales clínicos modernos para llegar a una conclusión: Hay individuos que poseen una malformación en su genoma que les produce distorsiones cíclicas tanto en el código genético como en la personalidad. Resultado: esas personas, pese a conservar su apariencia humana, en temporadas de sus vidas retornan a alguna de las etapas evolutivas por las que ha pasado nuestra especie. Son atavismos súbitos, regresiones que aparecen sin previo aviso y que se mantienen durante horas…o durante días, y que se repiten cíclicamente. Es como si, en sus crisis, fueran sus propios antepasados en la cadena de la evolución, por más que conserven su apariencia humana de siempre. Las leyendas griegas nos hablan de hombres-caballo (centauros), mujeres-pez (nereidas) y mujeres-pájaro (sirenas). Que las mismas leyendas nos presenten a esos seres en forma mitad animal mitad ser humano, no es sino un modo gráfico de señalar el fenómeno. También la literatura ha abordado el tema y nos ha hablado de hombres que sufren licantropía y se creen lobos, y de otros que a ratos piensan ser vampiros. La dolencia ha sido objeto de estudio en varios congresos, y en el último, celebrado en El Cairo, se presentó una ponencia que relaciona algunas regresiones con grupos determinados de la nobleza. Los condes rumanos, defendió el ponente, tienden a creerse grandes murciélagos, y los príncipes apuestos suelen convencerse de ser ranas. Las personas, por cuyas venas no corre sangre azul, tienen regresiones de lo más variopinto y no siguen un patrón o norma general. Hay muchos tratados psiquiátricos sobre el síndrome. Como ve, amiga mía, la dolencia de su pareja es de lo más común.

Me pellizqué para convencerme de que no estaba inmersa en una pesadilla. El doctor siguió hablando:

- Hemos tenido suerte, dentro de lo que cabe – sonrió -.Los gallos son relativamente inofensivos mientras no se encuentren con otros de pelea, de modo que el paciente causará escasos problemas, aparte de pavonearse cada amanecer, creer que se le hincha la cresta y soltar kikirikís de los más desafiantes. Más incómodo hubiera resultado para usted que la regresión hubiera llevado, por ejemplo, a su pareja a ser pájaro carpintero o gorgojo del arroz. ¿Se imagina quedarse sin muebles o sin poder comer paella? O aún peor sería que le hubiera ocurrido lo del Archideán de la Abadía de Canterbury, que se creyó cocodrilo y, en una recepción que la Corona Británica ofreció con motivo del jubileo de la Reina, atizó un mordisco tremendo en un muslo a la mismísima Isabel II.

- Pero – interrumpí, un poco mareada por la verborrea del psiquiatra - ¿no hay forma de que Paco vuelva a ser él?

- Bueno – titubeó el doctor -, hay una terapia de choque, consistente en una solo inyectable, de paralajes progresivos asimétricos y equidimensionales, que ha de aplicarse en viernes o en fases de luna menguante, pero todavía es experimental y, aunque produce efectos en el cien por cien de los casos, solo resuelve definitivamente el problema en un escaso quince por ciento.

- ¿Y cómo se explica esa diferencia? – me extrañé yo.

- Muy sencillo. La medicación acelera en todos los individuos enfermos la evolución mental de las especies, pero solo la culmina en un quince por ciento de ocasiones. Le expondré unos casos que no llegaron a buen término. Roberto Castrillo, un abogado mexicano, se creía colibrí y se pasaba el día agitando con rapidez los brazos. Tras medicarse pasó a sentirse mofeta, lo cual no fue buen cambio, ya que, en los accesos agudos de la enfermedad, dejaba de ducharse y se revolcaba en excrementos hasta conseguir un olor que le cuadrara. El homeópata inglés Donald Spencer se consideraba calamar y compraba tinteros cuyo contenido derramaba sobre quienes se acercaban a él. Tras el tratamiento pasó a creerse hipopótamo, se aposentaba cada dos por tres en la bañera de su casa y juraba que no saldría más de allí. La que fue ministra peruana ilustrísima Ernestina Garcibermúdez, primero llama o vicuña – nunca se supo a ciencia cierta si era uno u otro camélido - escupía a todo el mundo como hacen esos simpáticos animalitos. Se trasmutó luego en ratoncillo – aunque no lo parezca, el ratón está más cerca de nosotros, en la evolución de las especies – y, en un episodio de crisis, royó las cortinas del Palacio Presidencial e hizo trizas un histórico y glorioso uniforme militar que perteneció al Libertador Simón Bolívar. Como ve, no todo son éxitos.

- ¿Entonces?

- ¡Ah! – se encogió de hombros el psiquiatra -. Eso usted verá. Solo le digo una cosa: La Seguridad Social no paga el tratamiento.

- ¿Y es muy caro?

- Tres mil euros.

Tres mil euros. No soy rica por casa, por las mañanas voy a la Universidad y por las tardes trabajo de secretaria en un bufete de abogados, pero Paco gana de sobra, y teníamos un dinero ahorrado que daba para el tratamiento, de modo que pensé lo que pensé, hice de tripas corazón, respiré hondo, me despedí mentalmente de los tres mil euros y dije que bueno, que adelante.

- Magnífico – convino el psiquiatra, sonriendo de oreja a oreja -. Ahora mismo le inyectamos el medicamento experimental, ya que tenemos la suerte de que hoy sea viernes. No es preciso que el paciente permanezca ingresado en la Clínica, puede seguir el proceso de reacción en su domicilio. No se extrañe que, cuando la medicina haga efecto, su pareja pase aceleradamente por distintas etapas de la evolución en la primera crisis, hasta ralentizarse el progreso y detenerse al final de la segunda. ¡Ojala llegue a la fase de persona y no le ocurra lo que a un notario pamplonés que se quedó en toro bravo y hoy se dedica, cuando le afecta el síndrome, a correr arriba y abajo por la calle de la Estafeta intentando cornear al personal!

En fin, terminó la entrevista y Paco y yo volvimos a casa, él bastante mareado a causa de la inyección recién recibida, yo con el corazón en un puño y deseando con todas mis fuerzas que la terapia fuera un éxito, y los dos con tres mil euros menos. Las siguientes dos semanas Paco se comportó con normalidad y no soltó ni siquiera un kikirikí. Luego, al cumplirse el día diecisiete desde que le inyectaron el remedio, tuvo una recaída en su dolencia, hizo como si ahuecara las plumas y salió a la calle. Le seguí sin que lo advirtiera. Fue al parque, recogió tierra que remojó en la fuente, volvió a casa y lanzó una pella del barro que recién había fabricado al techo de la salita, donde quedó apegado. "¿Qué haces?" me alarmé yo. "Un nido ¿es que no lo ves?" me contestó muy digno. "¡Pero si los gallos no hacen nidos!" "¿Los gallos? ¿Por qué me hablas de gallos? Yo soy una golondrina."

Me puse de los nervios al comprender que la terapia comenzaba a producir efectos, al tiempo que aprendí que las golondrinas alcanzan un mejor puesto que los gallos en la cadena evolutiva. El hecho de que Paco, un rato después, se colocara un lazo en el pelo y me preguntara "¿Y cómo harás por la noche?" me convenció de que el tratamiento seguía su curso: Paco era ahora la ratita presumida.

¡Ah, que no se me olvide! Hay algo importante que todavía no he dicho. Cuando Paco volvía en sí tras sus episodios de regresión, no recordaba detalles de lo sucedido en ellos, pero sí experimentaba sensaciones de agrado o desagrado. Viene esto a cuento porque, a continuación de creerse ratita, pensó que era carnero, si bien por poco rato, ya que de inmediato se recuperó de la crisis. Fue entonces cuando me miró de arriba a bajo y me preguntó con solemnidad: "Maricruz ¿no me has puesto nunca los cuernos?"

El segundo episodio de regresión, el definitivo que debía sanar a Paco o hacer que, al menos, su síndrome se adscribiera a una etapa evolutiva lo más cercana posible a nosotros, comenzó un martes por la mañana. Me percaté de ello al comprobar que Paco, todavía en carnero, se comía la tapicería del tresillo de la salita. Después, de golpe, pareció empequeñecerse, rebuscó en la despensa hasta dar con la botella del vinagre, la colocó en el centro del cuarto de baño y se puso a dar vueltas y vueltas a su alrededor sin proferir sonido alguno. Creí que se había vuelto rematadamente loco, mucho más de lo que estaba antes. Alarmada, llamé a la Clínica, soporté la murga del contestador automático y, cuando conseguí que se pusiera al aparato el director, le narré mis cuitas.

- ¡Pero eso que me cuenta es una magnífica noticia! – se alborozó él -. Si el episodio de regresión continúa unas horas, hay muchas probabilidades de que el paciente sane por completo. Por lo que me dice, ahora piensa ser una mosca del vinagre. Sí, ya sé que parece ilógico, pero las moscas del vinagre tienen un código genético muy similar al humano - por eso se experimenta con ellas en la exploración espacial -, así que estamos a un par de pasos de la curación total.

Me quedé a cuadros. ¿La mosca del vinagre más cercana a nosotros que, por ejemplo, el carnero? ¡Vivir par ver! Y a todo esto, Paco dando vueltas y vueltas a la botella, hasta que, en otra de las mutaciones a las que yo ya me iba acostumbrando, se desinteresó del vinagre, corrió al trastero y sacó de él un bote de pintura roja y una brocha. "¿Una brocha y pintura? - me extrañé - ¿Qué tiene que ve la pintura con la evolución de las especies?"

La respuesta me la dio el mismo Paco sin necesidad de hablar. Se quitó los pantalones y los gayumbos, remojó la brocha en el bote, se pintó el culo de rojo, y luego se colgó de la lámpara con una mano y comenzó a masturbarse con la otra, al tiempo que exclamaba "uh, uh, uh". Enseguida caí en la cuenta: Paco había pasado a la fase chimpancé. Estaba a un solo paso de la curación definitiva. El corazón me latía fuerte. Íbamos a culminar la terapia y formar parte del quince por ciento afortunado. Pero no. No hubo esa suerte. La crisis pasó y Paco se quedó en chimpancé para los restos. ¿Mejor chimpancé que seguir siendo gallo? ¿Valió la pena gastar los tres mil euros? Pues la valió. Ya he dicho que Paco, al terminar cada episodio de regresión, tiene sensaciones, no recuerdos. Yo de gallos no sé una palabra, pero de chimpancés sí. Solo con tener bien provista la despensa de plátanos y cacahuetes, y ponerme a cuatro patas de vez en cuando y ofrecerle el trasero para que me monte, tengo a Paco-chimpancé la mar de feliz y a Paco-hombre de lo más cariñoso y agradecido. Cierto es que lo que más le pone es que me dé un brochazo de pintura roja en el culo, pero bueno, eso tampoco importa demasiado. ¿No me pinto de rojo los labios?

Sí, de acuerdo. Intento quitarle importancia a los inconvenientes que me produce la enfermedad de Paco. Me prefiere con pelos por todo el cuerpo. Primero hice de tripas corazón y dejé de depilarme el chichi, las piernas y los sobacos, pero luego lo pensé mejor y, aprovechando que Paco estaba de buenas, conseguí que me comprara dos abrigos, uno de martas cibelinas y otro de astracán, y me pongo el primero o el segundo, según los días, cuando Paco-chimpancé me requiere de amores y me dice, de todo corazón, que me encuentra muy mona.

Todo lo que he contado es rigurosamente cierto, que conste. Al tener conocimiento de que se había convocado en esta página web un ejercicio de relatos psiquiátricos, no he podido resistirme a exponer mi experiencia, que ojala ayude a quienes se hallen en el mismo caso. ¡Ah, se me olvidaba! Si alguna tiene un novio, con síndrome de Darwin, que se cree chimpancé, ha de ir con cuidado con la pintura roja que se aplique al culo. Concretamente, a mí la pintura acrílica me produce sarpullidos. Es muchísimo más sana la fabricada a base de pigmentos naturales. Esa incluso hidrata la piel y te deja el culito como el de un bebé, cosa que siempre se agradece.


El salto atrás de Paco.
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Maricruz29 resume así su relato psiquiátrico: Lo que pasó -y no es erótico- ciando me di cuenta de que mi novio creía ser un gallo.